Oscuridad (microrelato)

 

La habitación estaba oscura, cerradas las cortinas, cerrada la puerta, apagada la luz; pese a ser de día.  Todo en casa tenía que estar en silencio. Apagado el teléfono, apagado el timbre, apagado todo.  Afortunadamente el gato es silencioso, solo quiere dormir.  

Marina había entrado de nuevo en su infierno.  Desde que tiene uso de razón éstos momentos de oscuridad y silencio han sido claves.  Una taza de té, aspirinas en la mesita de noche, un frasco de alcohol, una bolsa con hielo y el tormento estaba por iniciar.  

Con suerte serían unas horas, con mala racha uno, dos o varios días.  En esos momentos ella agradecía a Dios no tener hijos, no tener a quién cuidar, solo cuidarse a sí misma y tener a su madre quién la apoyaba en esos episodios.  

Tras haber vuelto el estómago en la taza del inodoro, con el hielo en la cabeza, y tratando de relajarse, solo podía maldecir a la vida y no entendía ¿por qué? ese sufrimiento, ¿por qué? a ella, y ¿porqué siempre?.  No aguantaba ni olores, ni la luz, ni el ruido, ya ni sus pensamientos que se sentían como bombas atómicas dentro de su cabeza. Le dijeron que quizás se le quitaría en la adolescencia para solo empeoró.  

Quizás cuando tenga hijos o cuando sea más grande, quizás... quizás... pero tampoco, «la gente es buena para opinar» pensaba.    Tomografías, pastillas, doctores y a ella le importaba una mierda, todo el mundo se podía ir al «demonio» en esos momentos ella ya no aguantaba más.  Menos mal ya estaba en casa, porque peor era estar en el trabajo, en la calle o de visita en la casa de alguien más. 

Todos seguían en silencio en la casa, las horas pasaban y ella solo trataba de dormir, presionando su cabeza con el hielo, tratando de respirar más profundo y no pensar.  Las migrañas la habían atormentado toda la vida y así como llegaban, se iban sin siquiera dejar un simple adiós.

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